Article de Santiago Fondevial a la Vanguardia:
Jo destacaria lo de Mozart no, infausto Delirium, trupe acrobàtica complemento bastante vulgar... showbussines (sabeu que hi ha una escola de showbussines a Montreal?):
Nos queda la ternura
El promotor y alma de Cavalia,Normand Latourelle, utilizaba hace dos días en estas mismas páginas una metáfora para analizar su espectáculo en relación al fabuloso Teatro Zíngaro de Bartabás. "Lo suyo es Stravinski y lo nuestro Mozart", decía. Vale con Stravinski, pero Mozart, no. Dejémoslo en Richard Clayderman. Fíjense que en un momento del espectáculo y sobre una megaproyección de un hayedo otoñal aparece un caballo en libertad y caen hojas del cielo. En otro, nieva.
Cavalia tiene las virtudes de un espectáculo en el que los caballos son brillantes protagonistas. Y un magnífico escenario, ovalado y frontal. En eso no defrauda. Pero tiene también los defectos de casi todos los macroespectáculos. O sea, pone de todo un poco y vuelca en el escenario toda la tecnología posible (como en ese infausto Delirium que Cirque du Soleil presentó hace un mes en el Sant Jordi) para crear postales animadas. Estampas idílicas de naturaleza beatífica como la eterna sonrisa de Frédéric Pignon, gurú del espectáculo. La alusión a Cirque du Soleil no es aleatoria, Latourelle formó parte de la troupe canadiense hasta 1995. Y Cavalia responde a un modelo de producción como el de Soleil, pero con caballos. Un modelo de show-business en el que se puede hablar impunemente de poesía aunque la cosa no vaya más allá de los ripios enternecedores.
Hay ternura en el documental con el que comienza el espectáculo: el parto de una yegua y los primeros pasos del potro. Cavalia tiene muchas dosis de ternura, pinceladas de buen humor y una tríada de números que valen por el espectáculo: las cabalgadas al galope en el rodeo, la carrera de cuádrigas y, cómo no, la exquisitez, la desnudez de los arrumacos de Pignon con sus caballos en libertad. La troupe acrobática es un complemento bastante vulgar pese a su entusiasmo y el número aéreo es vistoso pero visualmente confuso. Al final queda la majestuosidad del animal. De esa treintena de sementales de gran belleza: sus carreras, sus miradas y sus revolcones en la arena.
Santiago Fondevila
La Vanguardia 31/01/2008
Jo destacaria lo de Mozart no, infausto Delirium, trupe acrobàtica complemento bastante vulgar... showbussines (sabeu que hi ha una escola de showbussines a Montreal?):
Nos queda la ternura
El promotor y alma de Cavalia,Normand Latourelle, utilizaba hace dos días en estas mismas páginas una metáfora para analizar su espectáculo en relación al fabuloso Teatro Zíngaro de Bartabás. "Lo suyo es Stravinski y lo nuestro Mozart", decía. Vale con Stravinski, pero Mozart, no. Dejémoslo en Richard Clayderman. Fíjense que en un momento del espectáculo y sobre una megaproyección de un hayedo otoñal aparece un caballo en libertad y caen hojas del cielo. En otro, nieva.
Cavalia tiene las virtudes de un espectáculo en el que los caballos son brillantes protagonistas. Y un magnífico escenario, ovalado y frontal. En eso no defrauda. Pero tiene también los defectos de casi todos los macroespectáculos. O sea, pone de todo un poco y vuelca en el escenario toda la tecnología posible (como en ese infausto Delirium que Cirque du Soleil presentó hace un mes en el Sant Jordi) para crear postales animadas. Estampas idílicas de naturaleza beatífica como la eterna sonrisa de Frédéric Pignon, gurú del espectáculo. La alusión a Cirque du Soleil no es aleatoria, Latourelle formó parte de la troupe canadiense hasta 1995. Y Cavalia responde a un modelo de producción como el de Soleil, pero con caballos. Un modelo de show-business en el que se puede hablar impunemente de poesía aunque la cosa no vaya más allá de los ripios enternecedores.
Hay ternura en el documental con el que comienza el espectáculo: el parto de una yegua y los primeros pasos del potro. Cavalia tiene muchas dosis de ternura, pinceladas de buen humor y una tríada de números que valen por el espectáculo: las cabalgadas al galope en el rodeo, la carrera de cuádrigas y, cómo no, la exquisitez, la desnudez de los arrumacos de Pignon con sus caballos en libertad. La troupe acrobática es un complemento bastante vulgar pese a su entusiasmo y el número aéreo es vistoso pero visualmente confuso. Al final queda la majestuosidad del animal. De esa treintena de sementales de gran belleza: sus carreras, sus miradas y sus revolcones en la arena.
Santiago Fondevila
La Vanguardia 31/01/2008
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